Me encontré esto navegando por ahí. Parece que son los vestigios e una religión pseudo milenarista en Internet. Resulta que un grupo de estudiantes de Tolima, una ciudad colombiana, se dedicaron a destruir las computadoras, televisiones y demás aparatos electrónicos que encontraban a su paso.
A mi no me parece mala idea... je.
La declaración de la Ley de Moore fue también una declaración de independencia. Gozando de una nueva libertad, computadoras, celulares, automóviles, robots, comenzaron a marchar a un ritmo vertiginoso. No nos dimos cuenta, pero la libertad de ellos implicó el martirio de nosotros. Condenados desde entonces a llegar en último lugar, nos transformamos en neandertales. Trágicamente condenados a fallar; a sobrevivir temerosos en el inclemente mundo de la extremada tecnología. Donde los depredadores, no son ya orgánicos, sino informáticos y electrónicos. Donde la especie en peligro de extinción somos nosotros.
Tuvimos una regresión. El campo laboral se convirtió en el renovado estado de naturaleza; donde la constante del desarrollo tecnológico nos obligó a jubilarnos prematuramente. El futuro es ahora y ya nos hemos hecho viejos. Adaptarnos a la tecnología o internarnos en un asilo de ancianos, esa fue la cuestión.
Y no podemos sino temer que la humanidad pertenece ya al museo. El día de hoy, la máquina de escribir es una herramienta tan primitiva como el hacha de ónix. El día de hoy, la humanidad es tan primitiva como el Neandertal.
Que tire la primera piedra aquél que no posea una computadora más compleja de lo que necesita; con más funciones de las que imagina; con más programas de los que utiliza.
Que tire la primera piedra aquél que no se haya preguntado frustrado alguna vez “¿cómo demonios hago para que esto funcione?”.
Que tire la primera piedra aquél que no se sienta obsoleto.
¡Abramos los ojos! ¡El manual de instrucciones es un placebo! Un fetiche que nos impide hacernos conscientes de que la falla se debe al “factor humano”. La máquina aceitada funciona a la perfección, los incompatibles somos nosotros.
Preguntémonos sinceramente, ¿de qué sirve un simio a una megacomputadora?
